Penélope
Digámoslo, Penélope, no se queda en la casa.
No permanece aquí para cuidar la hortaliza,
para lavar la cara sucia de los pepinos,
peinar a los elotes, plancharle a las lechugas
los puños y los cuellos,
no se queda en la casa,
al frente de la escoba que al moverse reparte,
un infarto en cada uno de los granos de polvo,
no teje la calceta, para matar su tiempo.
Digámoslo, Penélope, no se queda en la casa.
No teje una promesa que desteje en la noche,
como el flujo y reflujo de un océano de estambres,
no aletea peinando cebollas y recuerdos,
no lava los pañales
no, no se queda en la casa,
no se halla en la cocina
todo el día incrustada,
mirando como hierve poco a poco su tedio,
probando a qué le sabe, su propia servidumbre.
Digámoslo, Penélope, no se entierra en la casa.
También sale de viaje,
también forja su propia Odisea,
Penélope, no se entierra en la casa.
Se va haciendo camino
pisa distintas piedras,
acumula países, aventuras, crepúsculos, con su experiencia al hombro va adelante Penélope.